Carlos
Morales Sánchez.
“Matemáticamente,
calculé/ que tiende al infinito, mi querer/ y aunque yo valga cero para ti/ tú
sigues siendo base/ esa base sublime de mi padecer.”
Musitaba con gravedad, Álvaro
Carrillo, el más grande de los compositores oaxaqueños, en el amplificador de aquella
salita de la Penitenciaría de Ixcotel en la que rellenábamos formatos de internas
que podían obtener su libertad bajo fianza. Aquella mañana de 1991, Erasto,
Rafael Jorge y yo prestábamos el servicio social en un programa de fianzas a
presos indígenas. La seguridad en aquella cárcel oaxaqueña era laxa. Los
abogados podían desplazarse por el área circundante interior hasta el sector
femenil. Ahí entrevistábamos a las presas sin condena, cuando reparé en la
letra de la canción de don Álvaro:
“Si
integraras mi vida/ con tu amor y restaras al mundo/ de nosotros dos/ me
quedaría constante/ contemplando la curva sensual/ que el seno de tu pecho/
caprichosamente/ puede hacer variar.”
El uso de términos matemáticos
atrajo mi atención. Don Álvaro, ingeniero agrónomo de profesión, supo mezclar el
lenguaje técnico con la poesía cotidiana de sus versos. Comprendí que este
lenguaje podría ser de utilidad como herramienta poética.
En aquellos años
maravillosos vivía en un edificio en el cerro del Fortín. El edificio era un
avispero de estudiantes istmeños cuyas conversaciones eran parecidas a las que,
me imagino, se desarrollaron en la Torre de Babel. En medio de la vorágine, los
estudiantes de Contaduría, con un perfil más reposado, sumaban en las
calculadoras las cantidades de los pequeños recibos de las tiendas
departamentales y organizaban sus habitaciones meticulosamente.
“¿Cómo estas?”—le dije a
Adrián, introduciéndome a su cuarto. “Shit”
me dijo mientras llevaba el dedo pulgar verticalmente sobre los labios: “No hables,
escucha” me dijo señalando una antediluviana grabadora Panasonic:
“Y
hoy la cuenta de tu amor está por fin/ en números rojos/ anoche hice balance y,
al final/ abrí los ojos.
¿Y
qué fue de aquel hermoso capital/ que un día te diera?/ ¡qué poco lo has
tardado en derrochar/ y de qué manera!
No vuelvas a girar sobre este amor/ que no respondo/ la cuenta que te abrí con
ilusión/ ya está sin fondos.”
“Esta chida la canción” –le dije—“usa
puros términos contables.” Adrián abrió los ojos: “pues claro” –me dijo—“es la
canción del contador, hace referencia al balance, al debe y al haber, a la
dualidad del universo”.
De estos antecedentes surgió
la idea de escribir una canción o un poemita que hiciera referencia a lo
jurídico. Con la soberbia propia de la juventud, ni tardo ni perezoso me di a
la tarea de escribir unos versitos que aludían
al amor y a la antijuridicidad.
Empecé a las once de la
noche y a las cinco de la mañana ya había terminado. A las seis levanté el
auricular y marqué a una amiga para que escuchara el poema. Creo que tenía más
sueños que ganas de escucharme, pues me dijo: “tus versos son obvios, les hace
falta más drama penal.”
La crítica contundente
asesinó al Neruda que todos llevamos dentro. Arranqué la hoja del cuaderno y la
guardé en el libro de García Máynez. Mi memoria aún era buena y registré en mi
CPU los versitos aquellos.
En esas andaba, cuando el
maestro Luis de Guadalupe me pidió que participara en su campaña para Director
de la Facultad de Derecho. Pintamos mantas y distribuimos propaganda. El día de
la elección Luis arrasó. Para celebrar nos fuimos a una casa en Independencia
casi por llegar al Periférico. Estábamos felices. Se improvisó una cena y
pronto, la creatividad de la juventud, tomó el micrófono y empezaron los cantos
y las interpretaciones.
Paul, de quinto año, quien
laboraba como pasante de un abogado mercantilista, tomó el micrófono y de su
ronco pecho y propia inspiración declamó “El embargo”:
“Requerirte
fui de amores/ alegando deudas mil/ me debías muchos besos/ que debías darme a
mí.”
Eso me hizo recordar que yo
había escrito algo relacionado con el amor y el derecho penal. El estado anímico
en que me encontraba hizo que me armara de valor. Tomé el micrófono: “Hace algunos días escribí
un poema jurídico. Algunos lo van a entender pero otros lo van a sentir” Desde el
fondo del salón alguien gritó: “nosotros nomás queremos entenderlo”. Sacudí la
melena alborotada y declamé los versos con inspirado acento.
El aplauso del respetable
fue unánime. Esa noche declamé el poema tres veces. Mi queridísimo Toño Álvarez,
me dijo antes de la tercera vez: “Declámalo despacio, Carlitos, para que yo pueda
escribirlo, voy a imprimir tu poema en la imprenta de la Universidad.” Así lo
prometió y así lo hizo.
El “Nulla poena” ha
circulado en tarjetitas de los viernes de cuaresma, en volantes de campañas de
consejeros técnicos, director y rector, a veces con mi nombre y a veces como
autor anónimo. Ha sido declamado el Día del Abogado, en graduaciones, en comidas de los juzgados, en clausuras de
cursos. En el primero y segundo patio y en el Paraninfo y hasta en el panteón
del Marquesado. El maestro Raymundo Wilfrido inaugura sus cursos con el poema y
hay luchadores sociales y magistrados del Poder Judicial de la Federación que
tienen el poema en sus oficinas. Mi amigo Felipe Melitón, cuya declamación
aparece en Facebook, tiene una versión
propia a la que le ha añadido otro segmento de versos. Mi brother Jorge Cruz
Pineda lo incluyó en un disco de poemas.
El poemita me persiguió por
todas partes. Me obligaron a declamarlo en fiestas de quince años, bodas, cenas
de graduación, reuniones de amigos, bautizos, diligencias judiciales, etcétera.
Desde hace algunos años ya no lo declamo porque me he empezado a desencariñar
de él. De 1991 a la fecha, he escrito algunos poemas, canciones, sones istmeños y hasta corridos y nadie quiere escuchar nada que no sea el “Nulla
poena sine amore”.
Los puristas dirán que el
poema parece canción del Buki, favor que me hacen. Los penalistas dirán que el
poema se sustenta en el causalismo que hace muchos años murió a manos del
finalismo. Cuando me preguntan si soy causalista o finalista les respondo que
soy católico. Yo sólo escribí unos
versitos. La culpa de todo la tiene José Antonio Álvarez, reclámenle a él.