sábado, 23 de mayo de 2015

De cómo nació el poema jurídico



Carlos Morales Sánchez.

“Matemáticamente, calculé/ que tiende al infinito, mi querer/ y aunque yo valga cero para ti/ tú sigues siendo base/ esa base sublime de mi padecer.”

Musitaba con gravedad, Álvaro Carrillo, el más grande de los compositores oaxaqueños, en el amplificador de aquella salita de la Penitenciaría de Ixcotel en la que rellenábamos formatos de internas que podían obtener su libertad bajo fianza. Aquella mañana de 1991, Erasto, Rafael Jorge y yo prestábamos el servicio social en un programa de fianzas a presos indígenas. La seguridad en aquella cárcel oaxaqueña era laxa. Los abogados podían desplazarse por el área circundante interior hasta el sector femenil. Ahí entrevistábamos a las presas sin condena, cuando reparé en la letra de la canción de don Álvaro:

“Si integraras mi vida/ con tu amor y restaras al mundo/ de nosotros dos/ me quedaría constante/ contemplando la curva sensual/ que el seno de tu pecho/ caprichosamente/ puede hacer variar.”

El uso de términos matemáticos atrajo mi atención. Don Álvaro, ingeniero agrónomo de profesión, supo mezclar el lenguaje técnico con la poesía cotidiana de sus versos. Comprendí que este lenguaje podría ser de utilidad como herramienta poética.

En aquellos años maravillosos vivía en un edificio en el cerro del Fortín. El edificio era un avispero de estudiantes istmeños cuyas conversaciones eran parecidas a las que, me imagino, se desarrollaron en la Torre de Babel. En medio de la vorágine, los estudiantes de Contaduría, con un perfil más reposado, sumaban en las calculadoras las cantidades de los pequeños recibos de las tiendas departamentales y organizaban sus habitaciones meticulosamente.

“¿Cómo estas?”—le dije a Adrián,  introduciéndome a su cuarto. “Shit” me dijo mientras llevaba el dedo pulgar verticalmente sobre los labios: “No hables, escucha” me dijo señalando una antediluviana grabadora Panasonic:

“Y hoy la cuenta de tu amor está por fin/ en números rojos/ anoche hice balance y, al final/ abrí los ojos.
¿Y qué fue de aquel hermoso capital/ que un día te diera?/ ¡qué poco lo has tardado en derrochar/ y de qué manera!
No vuelvas a girar sobre este amor/ que no respondo/ la cuenta que te abrí con ilusión/ ya está sin fondos.”

“Esta chida la canción” –le dije—“usa puros términos contables.” Adrián abrió los ojos: “pues claro” –me dijo—“es la canción del contador, hace referencia al balance, al debe y al haber, a la dualidad del universo”.

De estos antecedentes surgió la idea de escribir una canción o un poemita que hiciera referencia a lo jurídico. Con la soberbia propia de la juventud, ni tardo ni perezoso me di a la  tarea de escribir unos versitos que aludían al amor y a la antijuridicidad.

Empecé a las once de la noche y a las cinco de la mañana ya había terminado. A las seis levanté el auricular y marqué a una amiga para que escuchara el poema. Creo que tenía más sueños que ganas de escucharme, pues me dijo: “tus versos son obvios, les hace falta más drama penal.”

La crítica contundente asesinó al Neruda que todos llevamos dentro. Arranqué la hoja del cuaderno y la guardé en el libro de García Máynez. Mi memoria aún era buena y registré en mi CPU los versitos aquellos.

En esas andaba, cuando el maestro Luis de Guadalupe me pidió que participara en su campaña para Director de la Facultad de Derecho. Pintamos mantas y distribuimos propaganda. El día de la elección Luis arrasó. Para celebrar nos fuimos a una casa en Independencia casi por llegar al Periférico. Estábamos felices. Se improvisó una cena y pronto, la creatividad de la juventud, tomó el micrófono y empezaron los cantos y las interpretaciones.

Paul, de quinto año, quien laboraba como pasante de un abogado mercantilista, tomó el micrófono y de su ronco pecho y propia inspiración declamó “El embargo”:

“Requerirte fui de amores/ alegando deudas mil/ me debías muchos besos/ que debías darme a mí.”

Eso me hizo recordar que yo había escrito algo relacionado con el amor y el derecho penal. El estado anímico en que me encontraba hizo que me armara de valor.  Tomé el micrófono: “Hace algunos días escribí un poema jurídico. Algunos lo van a entender pero otros lo van a sentir” Desde el fondo del salón alguien gritó: “nosotros nomás queremos entenderlo”. Sacudí la melena alborotada y declamé los versos con inspirado acento.

El aplauso del respetable fue unánime. Esa noche declamé el poema tres veces. Mi queridísimo Toño Álvarez, me dijo antes de la tercera vez: “Declámalo despacio, Carlitos, para que yo pueda escribirlo, voy a imprimir tu poema en la imprenta de la Universidad.” Así lo prometió y así lo hizo.

El “Nulla poena” ha circulado en tarjetitas de los viernes de cuaresma, en volantes de campañas de consejeros técnicos, director y rector, a veces con mi nombre y a veces como autor anónimo. Ha sido declamado el Día del Abogado, en graduaciones,  en comidas de los juzgados, en clausuras de cursos. En el primero y segundo patio y en el Paraninfo y hasta en el panteón del Marquesado. El maestro Raymundo Wilfrido inaugura sus cursos con el poema y hay luchadores sociales y magistrados del Poder Judicial de la Federación que tienen el poema en sus oficinas. Mi amigo Felipe Melitón, cuya declamación aparece en Facebook,  tiene una versión propia a la que le ha añadido otro segmento de versos. Mi brother Jorge Cruz Pineda lo incluyó en un disco de poemas.

El poemita me persiguió por todas partes. Me obligaron a declamarlo en fiestas de quince años, bodas, cenas de graduación, reuniones de amigos, bautizos, diligencias judiciales, etcétera. Desde hace algunos años ya no lo declamo porque me he empezado a desencariñar de él. De 1991 a la fecha, he escrito algunos poemas, canciones, sones istmeños y hasta corridos y nadie quiere escuchar nada que no sea el “Nulla poena sine amore”.


Los puristas dirán que el poema parece canción del Buki, favor que me hacen. Los penalistas dirán que el poema se sustenta en el causalismo que hace muchos años murió a manos del finalismo. Cuando me preguntan si soy causalista o finalista les respondo que soy católico.  Yo sólo escribí unos versitos. La culpa de todo la tiene José Antonio Álvarez, reclámenle a él.





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